Al despertar apretó el gatillo asustando la imagen fija de sus amigos en ese paspartú de feria que se sacó jugando a los dardos. Esa maldita costumbre de tener armas en casa le dejaron mala fama. Al amparo de la soledad no le importaba limpiar su 22, herencia de su padrastro Gil, “el tuerto”, muerto en las bodegas del Puerto de San Blas. Sus ojos brillaban para esconder su pesadumbre.
Dicen que por primavera cruzó por su mirada la silueta fatigada de su madrastra. Se le trepó el recuerdo en la enredadera del cuerpo. Pensó seguirla y ponerles atención a sus palabras, pero ya estaba muy dentro de sus oídos los reproches de su orfandad. Se tomó el pulso y una campanada le caló los huesos. La dejó pasar sin asediarla.
Cenó filete de pescado sin espinas y papas horneadas con mantequilla. Su sueño pesado le supo a purgatorio. Al despertar estallaron sus amigos en ese paspartú de feria.
Por la tarde juntó los pedazos dispersos de su madrastra.