El paraíso es blando le dijo mamá. No voy a negar que nos chocó, hacer turismo trascendental le dio dolor de dientes. Con mala salud regresó a casa de madre. Tosía a todas horas, siempre fue un pulmón suicida, un profeta del vicio. El rojo de colonia en su pañuelo y ese cansado ojo mirando de frente.
Sabía lo que le convenía y nunca miró películas cursis. Tiró los dados buscando botín para conseguir la corona del abandono. Mamá decía que era veneno, pero para mí era un ídolo de plata, una ventana faltante de la casa. Un camino posible, otro hogar lejano, un refugio. Simplemente un paraíso. Mamá le dijo que era blando y yo ya no sé como suspirar sin que me escuchen. En mi cuarto, me tapo las orejas y amo esa grieta en la pared como si fuera el recurso de salida. Espero que se agrande, oculto la ira y quiero la dicha a mi costado. Me urge esa urgencia de salir sin bufanda, sin camisa, ablandarme y estar en ese paraíso, aunque sea un no sé qué que se desliza por el hombro.
¿Que será de mi ídolo de plata?