Irremediablemente unidos, no sólo por su afición al pan horneado sino por su antagónica manera de pronunciar. Ella, un sonido consonante oclusivo y sonoro. Y él, consonante obstruyente, oclusivo, dental y sordo.
Él de pie grande, y ella diminuto, se adaptaron a sus diferencias.
La discrepancia, si la hubo, la tuvo el gluten. Ella enfermó y él enloqueció. Por fortuna encontraron cobijo en la terapia y en su concienzudo estudio sobre el metabolismo.
Sonoridad y sordidez, nunca fueron tan armónicas en el habla común.