Fue conocido por tragarse las palabras que rompieron los
días apacibles. Escondidos en la mano los puntos finales fueron esparcidos como
cenizas en los campos de maíz, cuando el espantapájaros no había llegado con su
pantalón amarillo paja. Nunca le faltó un paréntesis en su memoria y sus actos no
fueron adjetivados con recursos fáciles y el altavoz se quedó enjuagando su ortografía.
En su casa vive con la cucharita de azúcar en los signos
de interrogación. Traslada las conjugaciones al frasco de las cosas perdidas y
en el arcón se encuentran varias ediciones de Saussure y varios discos de Cri-Cri.
El complemento directo ha sido su esqueleto y el endecasílabo
fue el vientre más amado por algunos años. Es natural que entre tantas bocas le
creciera un gran bulto en la tráquea que lo ahoga sin ahogarlo, que le deja el
sintagma adolorido en sus cuatro costados. Por ventura, con la navaja ha dejado
inscripciones en varias tablas y sus pobrezas se confunden con su oficio.
Es natural que entre tanto abecedario decida, como todo
hombre sensato, cabecear en el silencio.
Sergio Astorga
Tinta/ papel 21 x 29 cm.