Bajo el peso de su estrella prospera su loco amor a los
cuerpos celestes para seguir divagando por los futuros entrevistos. Ha visto el
vértigo del negro
y cuánticos pensamientos nutrir los abismos.
Fue una noche como esta, borrosa y disuelta cuando
encontró, después de leer los mitos de la serpiente emplumada, el bochorno del encierro. Desde ese instante
su interés por levantar la vista es la razón de su existencia. Embebido en este
afán, su cántaro comenzó a llenarse noche a noche. Boca arriba, largas horas
observaba y mentalmente, consumaba
planes de vuelo. No fue infructuosa tal espera, de su lomo comenzaron a nacer pequeños
apéndices que en una semana tomaron forma de alas. Sus ojos se transformaron en
un catalejo digno de
Tycho Brahe y sus fauces degollaron constelaciones en un
abrir y cerrar.
Ni el canto de la rana ni la locura del poeta podían mitigar
su vagancia espacial. Él tiene un atisbo fidedigno y una órbita elíptica que encanta.
El mundo por eso exclama que todo infinito se mira desde una estrella que se
fuga.
Sergio Astorga
Tinta/papel 20 x 30 cm.