Dicen que vivió cinco
años sin tocar tierra y que sus naufragios se perdieron en su propio laberinto. Ya son borrosas sus memorias. El calor es pegajoso. La piedra estática tiene la
misma historia; la vemos ahí, como rejón de signos que apaciguaban las
influencias celestes. Mi amigo fue bautizado con la sal atlántica. Las escamas
de todos los peces que sucumbieron al arpón,inundaron su rostro de plegarias.
“Hay
cosas que no cambian” dice. Él se golpea los nudillos. Como una columna
portuguesa que se solventa en cuerda náutica de piedra, se eleva inmóvil. La
sombra de sus pasos se une con la brisa y apenas se distingue el norte del sur. “Antes de mí desgracia, en otro puerto, en el muelle, supe que terminaría murmurando
mis desdichas en tierra” Como saliendo de una escotilla, mi amigo, lanzaba
una sirga para ligarse al mundo real. Se amotinaban sus ansias, entregadas a
los vendavales de su espejismo. Su mirada furibunda como marejada, reventaba en su pupila.
-¡Capitán! ¡Hombre
al agua! ¡Tiren los botes! ¡Remen con fuerza que lo perdemos!
Como si abrazara a
la tormenta, encadenado al recuerdo, mi amigo conmovido y tiritando, gritaba
incansable.
¡Lo perdemos! ¡Acuchíllenme!
¡Lo perdemos! ¡Arránquenme la piel y clávenla en la quilla! ¡Capitán! ¡Se lo ha
tragado la ola!
Sudoroso y ardiente, con las venas henchidas como velas, ese instante marítimo se reproduce cada día.
Los piratas invaden las playas de mi amigo y los tiburones devoran su frenesí.
De súbito. El horizonte
regresa lejano, como una lagrima del rio Tajo al patio central del Palacio
Nacional de Sintra.
Sergio Astorga Fotografía:
patio central del Palacio Nacional de Sintra, Portugal.