Llega con el rostro matutino del desvelo. Camina por el musgo de calles solitarias. Habla con los pájaros atrapados en los árboles. Encuentra playas, y ese sin rumbo de gaviotas. Notó la estupidez asomada por las ventanas y ese olor a sopa rancia. Pasó cuarenta años caminando por ciudades y nunca entró al teatro, sólo sabe dar vueltas a las glorietas. Con pena vive su existencia como hombre libre, pero afligido.
Monótonamente triste.