Sentirse bien en un espacio. Estar a gusto. Es uno de los misterios cotidianos que un pensamiento arquitectónico proyecta. O debería ser uno de los intereses si queremos que la dimensión humana tenga un espacio a habitar y disfrutar. El confort no se se entiende si no evocamos la cueva primitiva, el útero que nos ha gestado. Pero tampoco podemos negar que esa cueva se ha transformado, ha dejado de ser íntima para ser pública. Se ha modificado a la velocidad de los hallazgos humanos en relación al espacio. La arquitectura es la extensión humana de los espacios que se construyen. A veces la estructura o el revestimiento se aleja de esa necesidad orgánica. Habitar y ver un espacio es apartase del llano. Es también reconstruirse en otra realidad. Insinuarse en otro entorno para buscar alivio de la intemperie. Esa es la raíz de la arquitectura, construir y reinventar espacios.
¿Qué tan lejos esta el aliento del arquitecto de esta insinuación? ¿La perspectiva a domicilio, persiste? ¿Qué geometría hecha de acero o de cristal forman el espacio comestible?
Las transfiguraciones no pueden ser celdas, no se puede olvidar que la puerta del espacio esta en la forma que lo construye. La arquitectura que no conversa con el otro, el que mira y habita los espacios, sólo ronda el soliloquio de los contratos de gabinete.
El espacio está siempre en nuestra condición, entrar en él, ensalza el volumen de lo humano.
Fotografía: vista de Ribeira desde Vila Nova de Gaia. Porto, Portugal