La cantaleta del agua no para de salir de su boca. Es como una herida que no cicatriza. Lo han llamado fuente. Pero todo mundo sabe que en la plaza de San Juan hubo una vez un aguador que para certificar la pureza de manantial del contenido de sus cántaros, hacia gárgaras. La gente, siempre curiosa de personajes, se arremolinaba alrededor del aguador. Llegó a ser tan famoso que desde la misma Roma llegaron canteros a tratar de reproducir el semblante del malabarista del agua.
Siempre vestido con calzona blanquísima, al aguatero se le veía con una sonrisa potable, la verdad es que le gustaba el mitote y después de gargarear se tomaba sus mezcales. Fue en una de esas bravatas de garganta que el mezcal se le fue chueco, ahogándose sin que nadie lo pudiera ayudar. En su recuerdo, patrocinaron la construcción de la fuente con la imagen de su rostro manando agua.
La historia no tendría miga sino fuera porque en la ciudad de Braga, me encontré el mismo rostro y similar relato. Sospecho que Borges tiene razón: en cualquier lugar puede existir un Pierre Menard.
Fotografía: Igreja do Hospital ou Igreja de São Marcos, Braga, Portugal