El ocote tiene la virtud de encender la hoguera. Desterrado del progreso, Tiempito, sabía que estirar los intervalos es una manera de entender el tiempo.
El ocote no es banal para Tiempito. Eso pensaba yo cuando lo encontré con las cejas quemadas y un gesto arrojado a lo inusitado. Demasiado humano para entenderlo, me dijo que la memoria hay que quemarla para que los intervalos puedan ser habitables. ¿Pero, el ocote?.
Se tomó su tiempo para decirme que el ocote es una conífera sagrada, su resina, me afirmó, es tan aromática e inflamable que me sirve para exorcizar las horas inhabitables.
Tiempito es un personaje inolvidable. Extrovertido a tu pesar, con su oloroso paso llama la atención hasta tal grado, que no había calle en que no quisieran tomarse una fotografía junto a él. Resignado, toda personalidad distinta lo es, asume su condición y no pierde el tiempo en explicaciones innecesarias.
Cuando lo veas no te olvides de mirar su sombrero, al que le han nacido unas manecillas de reloj que marcan una hora imaginaria, idéntica a un porvenir.
Confieso, y no me da vergüenza decirlo a ustedes, que he comprado ocote y la hoguera arde lindamente y huele de noche como en otro tiempo.