La tasa, muy Mozart, convive con la jarra muy Scarlatti. Todo parecía indicar que la tarde sería tranquila, sin tonos violentos, pero la intrusa cuchara, muy Brahms, tenía que expresarse, dramáticamente. Presto, intenté acompañarla con un movimiento circular en el agua de té de pasiflora para mitigar ese dolor de la existencia tan suyo. Hipocondríaca, veía tonos mayores devastarla, perdía el compás para caer en un silencio de fusa. Como podrán imaginar mi tarde nunca alcanzó la tensión necesaria para encontrar el goce estético. He salido de casa molesto. No tuve reparos en comprar unos palitos de madera para sustituir a la cuchara.
Tienen razón, regresé al origen, el compás binario que todo corazón tiene para armonizar con el domingo.