Los días son extremadamente calientes. La arena parece que se rompe en mil pedazos. Jonas llegó como los impíos, sin ceremonias, se recostó en la candente arena, junto a la palmera que tajante como columna egipcia desuella al poco viento que choca en contra sus hojas. La luz rota, fulgor que caía a plomo sobre el cráneo de Jonas. Cansado de hombres y ciudades llegó a este solitario páramo. No hay paredes, nada que le impida volver al punto de partida. Jonas acaricia amorosamente el tronco de la palmera. Nada le gusta más que la textura, el repliegue de su forma. La palmera erguida, permanece invencible. Un mundo de vértigo lo somete. Recuerda ese sonar remoto del llano. Huizaches, cantos de grillos; sus pies dando pasos de ciego levantando polvo. Se abraza a la palmera; a su querida palmera. Jonas reconoce su debilidad.
Así es el sueño cuando busca su cauce en los días extremadamente calientes.