lunes, 3 de agosto de 2015

El Señor Montes


De espíritu indómito, el señor Montes siempre aspiró a la cumbre. Nacido al pié de la cordillera, supo que su encabritada manera de percibir al mundo obedecía a su montaraz origen. Lento en percepción pero ágil cuando a decidir por que vereda se llega a un destino, pasó sus verdes días tumbado como si fuera la Iztaccíhuatl, en versión viril y verdosa.
Nada tendría de particular la vida del Señor Montes si no fuera por la terrible plaga que lo asola desde el verano pasado. Todo comenzó con una comezón que poco a poco le secó el aliento. Después, aparecieron una manchas castañas al rededor de su peñasco cuello. Alarmado llamó al médico forestal. Taciturno, el señor Montes al saber el diagnóstico tuvo la férrea voluntad de reverdecer.
Su cima, erosionada por fuertes ráfagas de viento, dejan ver unos claros de donde se levantan unas polvaredas que bajan hasta la ciudad. Varios niños tienen los ojos hinchados y los bronquios maltrechos. Los padres de familia no han tenido más remedio que llamar al tala montes.