El trazo del lápiz trata de ser curvo
para desatarse en ola.
Por eso nos rompemos.
El mármol está sumergido.
La gota del agua lo traspasa.
Por eso nos buscamos.
Los blancos no son tan anchos.
El talud de la pirámide descansa su peso.
Por eso respiramos.
Por ser tan muchacha.
No guardas la tumba.
Por eso el gavilán se pierde de tan grave.
La casa redobla sus espejos.
Nada será mejor que el reflejo.
Por eso la luz nos filtra el rostro.
Cuando el laberinto se manche de cerebro.
Será la edad de otra punzada.
Por eso se ajusta nuestra brega.
El nombre pendía de un cuerpo.
Pegajosos estaban los huesos.
Por eso seremos también cenizas.
Otras voces cruzan la habitación.
Las imágenes son borrosas.
Por eso las ramas se enredan e los pies.
Se inclinan las palabras al bullicio.
El suspiro es seco.
Por eso la historia se ata así misma.
Alguien todavía cree en los rituales.
Sólo el duelo queda en el pañuelo.
Por eso nuestra boca es húmeda.
Entre una pausa y otra, la marca de la hora viva.
Pesan los párpados.
Por eso escribimos un libro sin saberlo.
Lo mínimo se confiesa en solitario.
El desierto se repliega.
Por eso enloquecidas las hormigas nos recorren.
Se frota el fuego en la llama.
Se vuelve dulce el mapa de las venas.
Por eso nuestros extravíos son fragmentos.
En otra vida los trenes llegaran.
El humo no deja ver la salida.
Por eso el silencio se nos ahoga.
Quedaron los pedazos, sueltos, a la intemperie.
Las marcas en la pared lo dicen.
Por eso el sol nos quema.
La piel es ligera de memoria.
Se repiten las mordidas al aire.
Por eso ya perdimos nuestros nombres.