Zumban los brillos en la piedra y desvalido, a mitad de los ojos, los maderos atrapados en un puerto sumergido en el alga simétrica flotan como huesos. Tal vez sea un obstinado. La memoria no declina.
Yo le dije: Aquí te espero.
Centenas de horas a río abierto pasaron. Sin playa y sin espuma el viento me dispersaba y mis palabras sabía que rebotaban en la roca.
A mi me gustan las madrigueras, los tigres, los gatos, no los peces. La tierra se me enraíza y el agua del río sé que avanza y nunca llega. Pero el impulso, el maldito impulso, cuando te cuentan historias de mujeres recién bañadas. No sabía que eran mitos de río arriba.
Yo le dije: Aquí te espero. Él tomó una red de cáñamo, tres anzuelos y un radio de baterías.
- La quieres de cauda roja o de plata, me preguntó amarrando la carnada en el anzuelo. No tengo preferencias, le contesté.
Le di todo mi dinero. Me siento engañado. Después supe que no fui el único que le creyó, ese fulano ha engañado a mucha gente.
- Se nota que usted no sabe, amigo. En los ríos no se consigue nada, culebras, sólo eso. Me dijo un marinero, un verdadero marinero, con la piel ajada y un olor salino casi insoportable.
- Tiene que ir al mar. Yo sé donde. Usted me dice y yo lo llevo. Por el precio no se preocupe. Nos arreglamos.
Fotografía: Vila Nova de Gaia, Portugal.