En su tapete favorito el Señor Masa retozaba sin esfuerzo su masa crítica, absorbido por su mundo abdominal. Hacía tiempo que no se dejaba ver en los espejos, y sólo una fresca masa de aire le llegaba de la ventana sur de su salón. Le gusta envolverse en un homogéneo discurso, profundamente emocionado, inmoviliza las horas, algunos parientes y amigos, comentan las incidencias de su discurso y no dejan de comentar durante semanas la claridad de sus palabras. Sus favoritos eran los temas bucólicos, porque los podía inventar, nada era cierto, nada de rudezas, de carencias climáticas. Por eso, por las noches, las buenas señoras que viven en el piso superior, le llevan mantas en invierno para que esa ventana que siempre esta abierta no lo constipe. Ellas, encantadas, todos los días le llevan té de manzanilla. Les gustaba ese bebe adulto que orinaba a todas horas. Lo peinaban, lo mimaban; hasta llevaron la grabadora para grabar sus discursos.
Ya casi no hay espacio para nada, ahora entienden porque con esa lucidez de su masa encefálica entendió que debía dejar abierta la ventana sur.
Se les ha caído en masa su mundo. Ellas lloran, escriben cartas. Lo querían tanto. Ya no entran. No pueden. Sólo lo miran con esa ternura silenciosa e impotente.