Ya nos tiene fastidiados con sus cantaletas matutinas.
- ¡Que te calles! le gritábamos
- Te haremos caldo.
Indiferente, seguía a viva voz con su estridente canto al alba. Cada vez su pescuezo era más antojable.
Los vientos llegaron con amor al silencio, comenzamos a picar cebolla y a pelar los ajos.
Ahora, como buenos amantes, nos quedamos en cama, dormitando.
El amor es así: justiciero, calladito como el orden.