Asustado por su propia sombra fue a buscar al sótano el
viejo espejo donde su padre se miró en tiempos de angustia. Encontró la
escalera y la soga, mal presagio. Repulsivas
moscas revoloteaban exhibiendo la silueta cadavérica de un gato, tal vez
muerto por el hambre. Impávido, sondeo la situación, ensimismado recordó que no
era la primera vez que el abismo lo atraía. Esa cosa negra y pegajosa que
durante días se colgaba como otra consciencia. Muchos hombres antes que él, habían
sucumbido al tratar de encontrar su escalera y subir en ella. La angustia no
tiene contornos y en poco tiempo el espacio vital se va haciendo insoportable.
No era un gran lector, así que pensar en Poe, es inútil.
Perdido, como todos los hombres que se encuentran, trataba de hallar el espejo para intentar
descifrar la sombra que lo perseguía a cada paso. Su padre lo había conseguido;
al mirarse en él, congenio sus rencores y apaciguo la sensación de fracaso al
no poder encontrar la entrada ni la salida de ese abismo que lo consumía. Yo no
lo conseguiré- se dijo. He sido mal creyente y mal amigo.
Abatido por no encontrar el espejo, regresó a su cuarto y
sin resentimiento comenzó a subir la escalera. Indeciso, subido en ella, dejó
que la sombra tomara su lugar.
Sergio Astorga
Acuarela/papel 20 x 30 cm.