No era el miedo el que lo herraba, ni siquiera el código
de su estirpe lo podía sacar de su terror. Salir a escena por primera vez no es
para principiantes, aunque todos somos principiantes. Por más que nos
aprendamos nuestro papel a escenificar existe esa fatalidad escogida de no
saber qué hacer. Son esas miradas, penetrantes, eternas que se clavan desde los
cuatro puntos cardinales. Y esas voces sordas que no escuchamos pero que
taladran nuestros oídos:
¡Así no se dice! ¡Arréglate el pelo! ¡Tienes que
saludar! ¡No se te entiende! ¡No te quedes quieto como palo!
Salta en pedazos
cualquier deseo de estar en esa representación. Una lluvia de manos le cae
encima y los reflectores le ciegan. Suda, mira y rebusca alguna cara conocida y
benévola. La mirada divaga teatral, estéril. No puede cambiar de parlamento
hasta que termine la función.
Quiere ser
otro en su candor de novicio.
Sergio Astorga acuarela/papel 20 x 30 cm.