La oceánica pareja real contaba los aguinaldos dejados
por las corrientes ecuatoriales. Ajenos a la mudanza, seguían tomados de la
mano, sabiendo que su voluntad se cumplía desde los tiempo en que el hierro era
liquido.
Indescifrables voces llegaron un día, y la tristeza del reino toco
fondo. Fueron tiempos de agonía. Emboscadas de sal hicieron que los cardúmenes migraran
a las grutas del caribe.
Entonces, como ocurre siempre cuando la amargura acumula
su grito, la reina quitó sus vestiduras y enseñó sus escamas doradas y con
dulce voz anuló el desastre, apaciguando su reino. El rey, orgullosos de tal
hazaña ejerció su voluntad soberana: todas las olas llevaran la sal disuelta
hasta depositarla en tierra.
La reina no canta desde ese entonces y el tributo
del silencio se lava con el olor de las algas.
Sergio Astorga
Acuarela/papel 20 x 0 cm.