Se la llevó la palmera, quién la miró nunca podrá olvidar sus cabellera negra enredándose en su cuello, el cuerpo tenso y esa sonrisa diáfana. La niña se columpiaba como todos lo días. La cuerda la amarraba en un extremo del balcón y en el extremo de la cuerda un pedazo de madera le servía de asiento. Se mecía de dos a tres de la tarde.
¿Porqué no gritó? Seducida por el penacho de la palmera se dejó columpiar por esa sombra de manos.
Hace tiempo que no vemos a Ruperto, el joven que repartía folletos publicitarios. Sin embargo, la sombra todos los días devora la pared.
Fotografía: Miragaia, Porto, Portugal.