Seguir a la estrella es la vacuna de las sucias pasiones, del
olor a sofá y de las acuarelas falsas. Las manchas marrones de la pared y del colchón
son los signos de que se vivió sin reglas urbanas, de esas domésticas que tanto
nos aplastan. Agustín, Fátima y Mariquita siguieron su paso como aves. No les
importaron los cielos nublados ni las cenizas de sus noches. Ellos partieron en
sordina con el ánimo de limón por la puerta de atrás.
Los vieron jugar de salón, apostar sus ahorros y dormir la
mona en hoteluchos de cuarta. Se les veía un sonreír civilizado, ese que sabe
que sus maletas llevan lo necesario para una o dos tardes. Probaron lo justo en
las esquinas y nunca negaron dar propina. Como los estudiantes de cincuenta años
se veían en los portales para mudar de ropa interior. Invirtieron en sus excesos
para oír esas palabras dulces de los buenos días. No vamos a negar, no les
faltaba estilo para mojarse los dedos con un poco de locura. Se les mira pasar
sin que alguien les eche una mano. Ellos siguen su estrella y no se sirven de la
botella del fracaso. No pagan derecho de piso y no rehúyen sus dudas.
Hay nostalgia, a este relato le falta decir alguna
tonadita, algún chiflido para que parezca canción los que les digo. No me
parece excesivo decirles que si miran la estrella dorada no esperen su cumpleaños
para dejar de ir al baño.