Los ojos rehuían de las sombras de algas que en la pared de
agua de mar gruñían. Huraño es el gesto matutino. El vínculo con los labios
inferiores se fue desvaneciendo. La noche se tomó en serio su papel y se comió
de sopetón las despedidas. Afuera nadie responde. El amarillo en duelo, como
foráneo, golpea el empedrado de las calles. La familia duerme en el último
relincho de sus miedos.
Pienso en el sexo y en el corazón, que como flecha se
clavan en la conciencia. He logrado, gracias a la disciplina, un mundo de algas
neuronales arropándome. Ellos guardan silencio.
¿Hasta cuándo llegará la oración pasiva que me de descanso?
Se escuchan llaves.
¿Habrán vuelto?