Con la sonrisa de los niños viejos nació el Señor Contorno. La influencia inobjetable de Willem de Kooning lo anima. Fue amamantado desde la cuna hasta sus estudios secundarios con una tendencia opositora a la abstracción totalitaria. Dejó de chupar de ese fontanal sólo por apatía.
La originalidad la tiene en mal aprecio porque dice que las luciérnagas tienen la iluminación sin proponérselo.
Vive del ocio, como debe vivir cada día toda expresión que sea significativa.
El Señor Contorno, viajó por el mundo para romperse el corazón esperando que los cielos perdieran el enfermizo amarillo que los pinta. A su regreso, el exceso de musgo en la piel lo convirtieron en la mascarada que hoy se exhibe sin pudor por las calles deshabitadas de los galerías de arte.
Él no se queja, esta hecho con pincelada firme. Tiene su blanco de alegría en el rostro, los ojos vivos y todas las formas que lo vieron pasar no lo han disuelto. Ni en el asombro ni el desengaño lo mortifican.
La eternidad es fija y poco sólida como el lecho vacío. De eso no tiene duda.
Si alguna vez tropiezas con él, sabrás el porqué los contornos hacen al mundo diverso.