Encendía el espacio con su su cuerpo en movimiento continuo. Su escenario taladra el fondo de la tierra y labra el aire. Domadora de la tutela de la gravedad. Espiritual, con la misma semilla que se derrama en los teatros terrestres. Su tintineo se pega como el primer sonido que nos impulsó a movernos. Paso a paso dejó atrás los ecos muertos y el que le sigue parece que renueva su esqueleto. Su carne trabajada, como la buena madera de las guitarras, vive la furia del ritmo.
Espergencia Ramírez, la de los pies alados, tuvo miles de admiradores en su centelleante carrera por los teatros. Un día, cesó, se volvió invisible. Su abandono se hizo mito. Joven y pura como manda la vetusta estética cuando el pozo se seca.