Calles como semillas quemadas eran las pisadas descalzas. Era la sequía. Eran los andrajos revueltos en polvo. La antigua luz verde de las hojas había muerto. El cacique se tomaba la barriga y reía. Reía cuando miraba los fusilamientos alumbrados por el gas neón. Se escuchaba el rechinar de los esqueletos. Violada de un solo tajo la palabra ya no tenía labios que la nombra.
Ya son muchos los ausentes. La espiga es roja y nosotros, vivientes, nos reconocemos en nuestras máscaras y tatuajes.
Así es de contundente desde el comienzo. Como un buen micro relato.