Era fácil saber el sitio exacto, sólo había que bajar por las escaleras que van al río y mirar los pantalones colgando delante de su ventana. Lo conocí cuando trabajaba en la carnicería. Era rechoncho, sin que la cicatriz que le cruzaba el cuello llamara la atención. No sé porqué entable conversación. Todo mundo sabe que no es nada sencillo sacarle las palabras, pero algo me atraía, tal vez su manera de fumar; incesante, metódica, como si en cada aspiración se le fuera toda su infelicidad. Un día me invitó a su casa, me dijo que la vista del río era particular, no como aquella que todo el turismo tiene metida en la cabeza.
- Vines por la Sé Catedral y buscas las Escadas do Codeçal, bajas y donde veas un tendedero con pantalones, ahí vivo, no te doy el número del predio porque no tiene- me dijo, en un tono que no esperaba respuesta.
La tarde era espléndida, una luz atardecida y dorada invitaba a no moverse hasta la llegada de la noche, pero ya había prometido visitarlo. Así que desde el morro en el Terreiro da Sé comencé a buscar las escaleras de Codeçal, entretenido al mirar los restos de la muralla Fernandina no me di cuenta de lo empinada de la bajada. Caminaba lento, procurando no tropezar. De repente se me aparecen los pantalones y un lengüetazo del Rio Douro. Las escaleras continuaban, sentí que él me observaba desde la ventana y sin mediar saludo me dijo: -Llegas a tiempo. Eso habla bien de ti.
Dudaba. Empecé a sentirme dominado y eso me incomodaba. Me convidó a pasar. Una mesa corriente de pino, dos sillas, una estufa todavía de aceite. Me ofreció un poco de café, agrio y fuerte y un pan redondo repleto de huevo, casi crudo. Sin preámbulos me ofreció un negocio. Necesitaba un socio y yo le parecía la persona indicada. -Dame 20 mil y te aseguro que en pocos meses te doy el triple- Por supuesto que no le creí. - Es un modelo de sierra para cortar la carne con una sierra especial. Necesito desarrollarlo
-me miraba abriendo los ojos como pez agónico, como si esto fuera signo de credibilidad. Le dije que lo pensaría.
Dos semanas después, volví a las Escadas do Codeçal. Los pantalones seguían colgados imperturbables como si fueran una fotografía. Él no estaba; ni la mesa, ni las sillas, ni la estufa de aceite. Yo llevaba en el bolsillo del pantalón los 20 mil.
Tuve que seguir bajando hasta el río.
Fotografía: Escadas do Codeçal, Porto, Portugal