Los que oyen la historia todavía se estremecen. De boca en boca fue creciendo el valor del marinero Martín Costas. Por los mares del Sur, el navío de Martín, de 30 metros de eslora, una madrugada del 3 de Febrero del año de San Crispin y de San Crispiniano, un enorme monstruo marino batió con su enorme cauda en la proa. La tripulación intentó mantener la calma y el timón nunca estuvo tan fuertemente sostenido. La desgracia ahogaba las gargantas como el agua de mar a la embarcación. Martín Costas, logró afianzarse a lo que quedaba del velaje. Sostenido a flote con la mano izquierda y con la derecha haciendo la señal de la santa cruz, se encomendó a San Crispin y a San Crispiniano; observó que el monstruo marino se retorcía emitiendo quejidos entrecortados. Del vientre del monstruo marino pudo notar que salía una monstruosidad envuelta en una aureola de vapor. De repente, la calma siguió al hundimiento de la monstruosa madre. La cría comenzó su ondulante movimiento y se acerco a Martin, buscando el pecho salvador.
Durante tres días estuvo a la deriva en dirección norte, hasta que una barcaza de pescadores de almeja lo rescató. Lo subieron con dificultad porque él abrazaba fuertemente un bulto verde y viscoso como si fuera un tesoro. Al principio los pescadores pensaron que se trataba de un revoltijo de algas que le habían servido para sobrevivir y por ello, se aferraba, como si al perderlo se le fuera también el sustento. Al recobrar la noción de la realidad, abrió los brazos y deposito con cuidado una monstruosidad inmóvil. Conmovidos, los marineros al ver las lágrimas de Martín Costa, dolido de no poder salvar a la criatura, convencieron al alcalde del la ciudad ribereña de conmemorar el hecho en el jardín principal. Por eso, el día 3 de febrero, alrededor de la fuente levantada en su honor, se repite, hasta altas horas de la noche, la historia verdadera de la llegada al mundo de una monstruosidad de origen marino.
Fotografía. Fonte na Praça do Marquês de Pombal, Porto, Portugal.