Más abajo, donde suelen nacer los vapores y rescata el
manantial la conversación de los minerales. Más abajo del vientre donde se
socava la fértil voz de los cuerpos. Más
abajo, donde está enterrado el otoño y sus resurrecciones. Ahí, rodeado de
pieles ya sin territorio, coexistió con esa maraña que los breviarios llamaban vida. En esta gruta urbana tuvo
diversas máscaras y miserables muertes. Cada día un torrente de metálicos
brillos en el lodo del suburbio. Asediado, mes a mes desfallecía apurando esa
copa negra de su tiempo. Nunca pudo hurgar en su bolsillo un sol que no
estuviese enterrado. Amó como debía, porque las calle no tenían caderas frías y
cortó la mala racha con un mirar de sierra. No le hablemos de felicidad, que la palabra le sonaba hueca como el hambre.
El aguijón penetró hasta el fondo de su carne. Un dolor
de tierra se le pegó en la boca. Después de treinta años fue cesado de su
cargo. En la intemperie, en nupcias con
el desencanto, se entregó a las líneas paralelas
del tranvía.
Sergio Astorga acuarela/ papel 36 x 56 cm.