Atosigado por las letras buscó refugio, sin conseguirlo, en los diccionarios. Deambuló solitario por Congresos y Academias.
Fatigado, decidió convivir con todas ellas (las letras). Las domesticó a tal grado, que hoy ejerce la palabra dicha y escrita con la pulcritud inestimable del dicharachero.
Queda dicho que si lo escuchas, “dicharate” con él, que bien lo necesita.
No te confundas.