Impecable, impasible, con la exactitud del minutero y la limpieza de movimientos el señor Anastasio Crato Rivas, labora día y noche sin despegarse un momento de su afanosa carrera por conseguir terminar lo interminable. Papeles, archivos, referencias, contabilidad, todo, realmente todo lo que a escritorio y a oficina se refiere, era abordado y rebasado por el Ser. Crato. Las horas extras eran consustanciales a su perseverancia. Con dificultad lograba separarse de su lugar, comía. bebía y respiraba en su mesa de trabajo. Las horas muertas que cada jornada tiene, le provocaban convulsiones, que que sólo se mitigaban, si lápiz en mano, comenzaba a proyectar futuras mejoras para su entorno. A veces, una tarde de trabajo (una hora no más) se permitía ir al café y beberse dos tazas de express con unas galletitas de canela que mojaba discretamente antes de llevárselas a la boca. De broma, sus compañeros de trabajo, le decían que de sus treinta cinco años de vida, cuarenta los había dado a la empresa.
Había que reconocerle dos cosas: su habilidad para disimular sus errores y trasladar a sus alternos o subalternos su pifias, poquísimas, pero notorias. El segundo reconocimiento era su intachable manera de vestir, nunca se le vio repetir corbata y camisa, tenía la habilidad de la combinación.
Quien no conoce el verdadero encanto de la rutina apasionada no podrá entender el porqué un buen día, al caminar de regreso a su casa perdió el rumbo, y hoy se le mira dando vueltas a la glorieta presuroso y atildado con la preocupación marcada en su rostro.