Leopoldo, como todo el mundo nació fragmentado. Una parte de padre otra de madre, la tercera sus antepasados y la cuarta que era la suya, estaba enmohecida y oscura. Sus tardes sumisas y devotas fueron de noviazgo. A fuerza de amar se le murió el nadie, ese otro nombre que tenemos debajo del colchón. Leopoldo se soñaba hombre, soñaba un rostro con bigote o con barba. Se veía espigado, varonil sin saber que significaba la palabra. De frente amplia y paso incierto dicen que pasó su infancia en “Los Ocres” y se envolvió en el cariño de Tamara. No sabía que esa fórmula de amor sólo es pasajera y no deja huella ni destino.
Leopoldo es un ser fragmentado y sus desengaños acaban con su días. No valen los zodiacos, ni el romero que alcanzó a oler cuando Tamara le dio el abrazo.
Leopoldo como todos nosotros, intenta unir sus pedazos en esta tierra fría e indiferente.
Quién conoció a Tamara, no revive, nunca vuelve a unir sus partes. Advierto.