del muro que partió el sol
y periódicas astillas se infiltran en su espalda.
Contrario a los meses diurnos
que anunciaban la gloria,
sus jornadas,
son premoniciones de la cópula del céfiro.
En tierra
inunda de piedras los caminos,
el cráneo de los pájaros revienta
y una jauría de sonidos
se seca entre los árboles.
Queda una cicatriz de vuelo,
yerbas agrias y membranas arrancadas.
Su barriga de oro es erudita,
se ha tragado los vientos más ligeros.
Sus ojeras son de gula
y se frotan en sus ojos los insectos.
Alcohólicos y torvos,
los buenos ángeles
se tragan las sombras que descarta.
Sus dos custodios
son los tallos erguidos de batalla.
Y son altares de opulentos negros sus abrazos,
y son estériles los toques de corneta
y son inútiles los intentos de su aliento.
Y es pobre este pellejo de alusiones
y es vahído huraño todo ensayo.
El ángel de la panza dorada
te dará tu dosis de celo
y preñarás un ímpetu de fuego.
Buscarás entonces su amparo
cuando hieda la noche,
y nada temerás
al poner tus manos en su vientre.
Sergio Astorga
Acrílico/ tela (típtico) 100 x 200 cm.