Vienen del otro lado del
pecho, de ese otro mundo donde los nabos crecen como quimeras. Habitan, cantan,
protegen y lloran. En la pagina diaria se adentran a un páramo urbano. Lucidos,
cambian de postura y de silencio con la facilidad del insecto. Ellos, esculpidos
de noche, saben que la luz es una vereda que no llega a ningún lado. En otros
tiempos, tenían asegurada su existencia. Hoy la cerrazón, sólo quiere
recordarlos en monedas de cobre.
De este lado del tiempo, donde tú y yo
estamos, sus apariciones conmueven y aunque no hay lugar cierto, con las cicatrices
que van dejando vamos construyendo la tira de su peregrinación.
Nunca hubo pies
descalzos con tanta gloria ni tantos himnos anónimos regados por las ciudades. Hoy
los dientes chocan, y el polvo que se levanta fue piedra de adivinación.
Volvamos
a deletrear los caminos, que al futuro le gusta ser acariciado.
Sergio Astorga
Acuarela/papel 30 x 100 cm.