No hay instante más largo que esperar la llegada. El pavor tirita y los sudores se acurrucan en la frente. Él, de pie con palabras simples y seguras se aferraba al presente embarque. Pensaba en todo lo que leyó sobre el espíritu y sobre la vecindad de los abrazos. Aferrarse a las palabras, al vino y al desnudo éxtasis de la ingle. Solo él, sabe como sobrellevar los despojos de la marcha. El gran silencio queda entre los rieles. Siempre las monedas doradas del camino. El olvido de los nombres y la tenaz visión de los encuentros. La memoria más vieja tiene las cenizas exiladas. No existen caballos blancos. Al mismo tiempo las faltas gramaticales y la letra común inscritas en el libro de visitas. Entre el llegar y el partir, sólo nace el amarillo reflejo del camino. Sólo un gran silencio de vocales en el escenario del billete de ida y vuelta. Se disfrazan los sollozos para que el cadáver de la sonrisa se mezcle con la ofrenda.
Él, tuvo un nombre, que no diré porque esta por llegar a la estación de São Bento.
Al pie de la letra siempre esta un casa.
Fotografía: metro cruzando el Rio Douro, Porto, Portugal.