El vicio del silencio llenó el grito verde de los pasos perdidos. El sudor de la tierra era la fragancia del rey de los sapos. La dulzura babosa de sus labios se pegaron en la herida de la princesa. La fiebre circuló por sus venas. Ella, vivió con los ojos muertos esa sensación de empalmar la viscosidad en su piel. El amor entre desiguales tiene el crimen como lecho. Fue vencida, el sexo fue maldito y en su oreja ha quedado inscrito el lamento de la cólera en la mitad del lago. Saciado, el sapo desnudo en su crueldad danzaba, ahí donde su sombra era más oscura. El dolor inesperado en la alcoba de los desiguales sigue viva. El amor toma la forma que lo contiene. Silencioso, anida el hueco que nunca fue ternura. Sí, el amor se rinde a la forma que lo contiene.
¿Qué confusión es esta? ¿Qué cuento? ¿Qué precipita en la fosa común la violencia del poseído?.
El grito de sangre es un cerrar de ojos cuando el amor toma la forma que lo contiene. Eso parece.