Le fueron creciendo poco a poco en esa indescifrable
historia de la sensualidad. Pulposos buscaban siempre apaciguar su convalecencia.
Retoñaron frescos como fruta generosa, imagen definitivamente torpe, pero el planeta
tierra nunca tuvo tan rumoroso bembo.
De boca en boca fue creciendo su fama. Dicen que una
noche de viernes un rojo malestar de amores le encogió las entrañas y le enardeció
los labios. Otros, dicen que un mueca de penetrante impotencia le aturdió la ternura.
Todos los posibles amantes quieren resolver sus dudas y
las ganas de morirse se serenan ante la imagen de la señora de los ósculos.
Ella, con sus labios ardientes, camina como la semilla
hospitalaria buscando casa, así como el verso escruta su cadencia.
Sergio Astorga
Tinta /papel.