El resplandor cayó como cortina teatral. El arpa quebró sus cuerdas y una deshora se estiró hasta la sombra celeste de su cuarto. Los milenios leales al cautiverio, tornearon la pluma de sus alas. El padre corrió al banco por sus ahorros, la madre tiró el delantal y preparó cataplasmas de sábila con papa.
Por el este, con ese azul índigo envolviendo su caída, llegó hasta nosotros. Le pusimos traje y corbata, le enseñamos la sintaxis y los almanaques.
Él se resiste. Quiere volver de donde vino o quedarse en la cabeza rauda de alguna ascua de poeta.
No conseguimos nada.
La terquedad de los ángeles se les mira en los ojos. ¿Verdad?