Encerrada en su torre nunca alcanzo a escuchar los lamentos de sus múltiplos admiradores. Ella escondía su pecho de miradas. Prefería ver como se retorcían los suspiros contra las rocas. Era tanta su cólera intima que sus finos pies y sus blandos muslos nunca sintieron el vigor de otras manos.
Un día llegaron hasta su oreja sonidos que la envolvieron toda. Asomada a la ventana, desde su torre altiva no llegaba a distinguir esa garganta mortífera. Estiró su esbelto cuello tanto, que el peso de su blonda cabellera la precipitó hasta el indecente suelo.
Sus múltiples imposibles amantes al verla desmembrada se llevaron sus bellas partes como un trofeo de difícil casa.
Tinta china/papel