Resbaló aquél día en que el luto dejo de ser estricto. Llevaba sus cinturón piteado, su camisa de lino y esa medallita refinada con la imagen del río de los remedios. Cayó cual largo es, como un profecía que se derrumba de tanto desearla. Fractura del tobillo y hematomas púrpuras en el pecho. Hoy como nunca gustaba que su lobreguez fuera arrullada por mujer buena. Sin embargo, terca su penuria, pasó contristado cuarenta días. Reconoce que los suspiros lo hipnotizan, y un paganismo casto rodaba por sus mejillas a la usanza del solitario.
Con bastón en la mano derecha salió al zaguán de su casa como si un tónico lo animara a deshacerse de la fatiga. Se enteró de la muerte de Sofía, nupcias fallidas que ahora por fin podía dejar de pensar en ellas. Margarita enviudó y a Don Sebas anda con triglicéridos a tope.
Su bancarrota era combustible, por algo le llamaban el “Pintito” por tener la ilusión en la frente y las fauces de la pasión dormidas.
Su luto dejó de ser estricto, a veces, resbalar por un mal paso renueva el noviazgo tibio del nigromante.