Como narcotizado de tanto sueño perdido, el Sr. Madeiro, comía aceitunas negras. Lascivo, guardaba en un cajón los recortes de fotografía de rostros de actrices y actores de teatro. La primera tristeza fue en el segundo acto, cuando de repente, olvidó sus líneas. Hay algo de sensualidad en los ritos del recuerdo. A veces él se mira a la mitad del foro y se sumerge en parlamentos profundos y melancólicos. El insomnio lo deja tierno, lo desgrana y caído de noche se acumula su teatralidad perdida.
La segunda tristeza llegó mustia, solícita, como heroína del segundo acto. La voz se le fue apagando, nódulos en sus cuerdas vocales le dieron su último papel. Al principio se sintió inválido y no disimulaba su degradante humor. Tiene mérito, no hay que escatimar, no acabar desangrado en la tramoya. La tercera tristeza lo sacó del drama, dos ojos oscuros le dieron ese fúnebre pétalo del enamorado. Fue rápida la escena, pero le sirvió para enjabonarse la sonrisa y el amor propio.
El Sr Madeiro, nació en un tiempo malo, como el de todos, pero encontró en las aceitunas negras el refugio a los desdenes de Ofelia.