Las indirectas de Caperucita no llegaron con fuerza. Ellos, al salir de la escuela, se encaminaron a la pulquería “La Botijona”. Pidieron de apio y unos tacos de carnitas. Mario el más joven, traía sus cuadernos en un morral de arpillera, Domingo, luciendo su tatuaje de sirenas en el brazo, escupía nervioso en el piso de aserrín. Manuel, aprisionaba las monedas con las que pagaría. Se dieron valor uno al otro. Bebieron sus vasos hasta el final. Se encaminaron a la parada del tranvía. Sin decir palabra llegaron a las puertas de la casa de Caperucita. No se atrevieron a tocar. Sus manos ateridas, buscaron cobijo en sus bolsillos para regresar a casa.