Un bípedo dramático con la baba en el hocico. Contráctil en su escamosa piel es una vertiente de sílfide y rémora de la crisálida. Un chucho de la noche que desde el antiguo Egipto succiona las arenas de los cerebros de los hombres. A las mujeres les chupa su infierno para que sus labios animen la vida de los siglos. Puede transformarse, despótico, en miles de conchitas marinas con vulvas rojas y caparazones verdes. Estuvo también en el paraíso, ese que tienen todos como edén. Lo corrieron, a lo bestia, como a los otros, sin contemplaciones. Resucitó entre los monstruos, se hizo lactante, diletante, deslumbrante.
Cuando comenzó a orinar sangre, sus creyentes, que son pocos y suburbanos, se preocuparon. Le prescribieron láudano. No se equivocaron. Hoy es amoroso, escrupuloso. Inconscientemente sigue persiguiendo a los centauros o a las maestras de historia. Tiene los colmillos más hermosos que se han visto en los bestiarios. Vive en un lugar perfecto, húmedo en verano y seco en invierno. Cuesta trabajo encontrarlo, por eso vale la pena. No lo encontrarás en lecturas infantiles; en algunos devocionarios hay referencias, y si tienes infusión de azahar es probable que se te aparezca y te arrebate la vida.
El monstruo de azar es voraz, un reflujo de duende y nahual, letal, por eso si has llegado hasta aquí, cuida de tu vientre que se preñará de miedo hasta que releas al azar este texto.
Monstrificate.