Solamente el ruido húmedo se hizo cuerpo. Cerca del mar ese ruido oscuro lo formó vacilante. De llamas mojadas repartía el sonido de la ola. Cuando la noche cayó, los planetas que habitan el derretido espanto soplaron el frío solitario, ese frío de furia.
Se llamaba Esteban. Su corazón de sombra se levantaba a la orilla del océano al crepitar de la primera campanada. Esteban, era hombre de ciudad pero toda su vida se consumió en las paredes de los acuarios. Por eso su espíritu es de agua rota. Como hombre único, sus pisadas no dejaron mas que agujeros donde los pesacaditos de colores se miran juguetones. Es verdad, aveces es cruel el tambaleo de la vida de un hombre. Sobre todo cuando las escamas lo atraviesan como un arpón perdido. Hablo de Esteban, la sombra que se llenó de arena y que ninguna alga lo rodeó.
La yerba crece en el sur y nadie se da cuenta que el refugio de Esteban no es nada porque sus ojos hace mucho que se fueron en la mordedura de un pescado. Los picotazos del cielo son testigos y la lluvia que crece.