Se fueron
amontonando uno sobre el otro. Ese barroquismo de apropiarse del espacio fue su
característica más sobresaliente. De ideas frágiles y cabello cárdeno fue a lo
largo de los años un coleccionista de ambientes. Su fragilidad se agudizaba
cuando tenía que confrontar los espacios abiertos. Como el cristal, se quebraba
en múltiples miedos. Por eso tenía un macizo apego a su solitaria clausura
cotidiana.
No era tarea fácil
coleccionar ambientes. El primer ambiente que consiguió atrapar fueron los
bordes carnosos de su primer sueño, la noche se deslizaba como un insecto obsceno
que pisaba con sus múltiples patas sobre sus brazos lampiños. Su tacto creció
desde entonces como un zumbido imperceptible para todos los que admirábamos y
repelíamos tal excentricidad. Llegó a tal virtuosismo, que se adelantaba a
cualquier predicción. Al sentir el más leve movimiento de las hojas, sabía que
la lluvia lamería la dureza de las calles.
El ambiente que fue
más reconocido, por cierto no el más apreciado por él, fue hacernos sentir en
un clima de perplejidad constante. Descubriéndonos sensaciones que jamás
habíamos tomado en cuenta. Nos dejaba una cicatriz como la que queda en el
amado o en el amante. Nos envolvía en su respiración, nos mostraba las caricias
de lo blando y la rugosidad de las apariencias. Recuerdo una vez que nos hizo
palpar un jitomate y enternecerse cuando se fue desvistiendo el rojo sabor, y
nos hizo sentir ese sudor húmedo cuando se introduce el cuchillo y se parte en
dos como un corazón sacrificado. En sus ojos había una alegría de encontrar ese
caliente frescor. Nos contagiaba. Y cuando la rama crujía en la ventana entreabierta
y él, luminoso, ahuecaba el brazo y nos mostraba como el aire entra en
nuestros pulmones para que nos creciera un aliento antiguo, como el que tuvo
por primera vez el primitivo resuello.
Nos convencía, nos
provocaba a entrar a esa gruta inmóvil, a ese aire repleto de imágenes. La
exploración del mundo, a descubrir las rutas. El esbozo de la entrada.
Hoy lo buscamos en
nuestra imaginación. Nos atiborramos de barroco
y titubeamos de los espacios abiertos para buscar esos pasos perdidos. Los
angostos pasillos los recorremos inútilmente.
Decidió callar, se
lanzó de golpe al silencio, casi a ciegas. Se llevó sus altares, sus juegos
ocultos. Sus palabras sin embargo, han quedado victoriosas.
Algunos sollozos
narran lo importante que fue ver amontonar ambientes, como la cresta del gallo,
que crece al despuntar el alba.
Sergio Astorga. Acrílico sobre tela 60 x 80 cm