La altura es una ventaja, por eso la jirafa se siente orgullosa de su sólido encumbramiento. A su alrededor ha nacido una ciudad de la cual ella es guía y faro. Era tanta su alteza que nunca miró las entrañas de la ciudad, sus vericuetos, sus barrios, los animales menudos que bullen y erigen estatuas a su héroes de su bario. Uno de esos barrios, el que tiene a los orfebres y tejedores, comenzaron a construir un garza de barro, con un cuello largo, tan largo que poco a poco llegó a hasta el nivel del cuello de la jirafa.
Los “jirafistas y los garcianos”, dividieron la ciudad, los ventanales nunca volvieron a tener cristales y en las mesas nunca más hubo café y conversaciones amigables.
Un observador de los hechos, que tuvo el privilegio se subir hasta el último piso de los dos egregios edificios, al bajar, escribió una consigna que ahora todos los barrios independientes escriben al pié de los edificios: “altura que no reconoce su sombra: asesina”
El éxodo no se ha hecho esperar.
Las reconquistas nunca fueron buenas.