No voy a decir, por ser de alta obviedad, la solidez de su origen, que le dio la voluntad férrea de la cerrazón. Tiene cuatro entradas como la mayoría de sus antepasados asentados en villas y valles de las fértiles tierras medievales de la península. El señor del Castillo es de buen linaje, hijo de algo, de lo que ya no se tiene memoria, a pesar suyo. Es necesario explicar esas cuatro entradas. La primera al norte, por donde todas la noticias entran y se filtran en el cedazo de los preconceptos familiares. La segunda entrada se encuentra al pie de una pequeña atalaya que mira al oeste. Por ella entran las mercaderías para abastecer necesidades. La tercera entrada, al sur, tiene una pequeña escultura, en un nicho de piedra, con la imagen de San Eusebio. En la cuarta y última, ubicada al este, tiene una arcada labrada con la heráldica de su estirpe.
Es común que cada vida se construya de acuerdo a su condición y talento, por eso, es de lógica que tengamos en el diseño constructivo de nuestra morada el trato de los desechos. El derrumbe del Señor del Castillo se debió a que las malas aguas comenzaron a reblandecer sus cimientos. Los desagües deben ser considerados prioridad si queremos que nuestro aposento en tierra firme tenga longevidad. Cuando se dio cuenta ya era tarde. Cambiar de apellido, imposible. Reconstruir, escarnece. Así que el señor del Castillo quedó confundido entre la yerba como una ruina, reposando su impostura.