Empapada la camiseta de alma, el Sr. Flor, lloraba de
amor. Improvisaba todo el día. Su cosmos era un reducto de maseta. Un solo
tallo como cuerpo, esbelto, lento y fino. Inhala el moho lúbrico, orondo, chupa
que chupa la mosca que gira como pantera por sus ojos. Es maniático, dramático como
tallerista de cuento; un paradigma, un trozo lingüístico sin referente. Le
gusta la música de fondo. Baila, mórbido, florece entre el pabilo y el pétalo.
Ella lo vio, la enamorada. Una despótica Ofelia que quería normalidad,
seguridad de hábitos. Era evidente que nacerían lombrices, rencor y
desesperanza.
Pasarán muchos años para encontrar la cura. Quizás un
día, debajo de la tierra el Sr. Flor será capaz de ser pasto de otro brebaje de
amor. Una clara de huevo cósmico y tomar el pulso del mundo que hoy en vano rota
en el injerto del desamor.
Exhausto.