Lo que fue un lote baldío hoy es una ciudad febril. Si
ustedes tienen el vértigo de la llanura es mejor que se queden en donde están.
Se llega cuando uno se columpia entre las tres o
cuatro de la tarde, cuando las reservas racionales han quedado suspendidas en
una casi placidez. Es entonces que la miras, más bien, es ella la que sale a tu
encuentro. El cuerpo es su horizonte y sus predios nunca tienen columnas que
compitan con sus altivos pensamientos. Los niños chupan de las ventanas el
alimento que les faltó -siempre les falta-. La ciudad es un estruendo de
olvidos y de culpas, por eso los edificios no tienen escaleras de escape. No
puedes pedir ayuda, no tiene ningún sentido. La Ciudad de la Dama es una
escultura de sí misma. Una monódica insistencia a la sensualidad.
Los muros son suaves como muslos y las calles tienen
un empedrado semejante a esa costra de rodilla raspada. No puedes pegar en las
paredes ningún cuadro o fotografía, cuando lo intentas, al tocar la pared quedas
pegado a ella en un abrazo que te hará olvidar cualquier intento decorativo.
La ciudad tiene que ser andada, no hay coches, ni
bicicletas y solo puedes ir en un sólo sentido: de norte a sur. Desandar es mal
negocio, puede llevarte horas encontrar noción de cuerpo y confundirías los
pies con las caderas; los ojos con los codos. No te extrañe si quedas seducido
por ese fresco olor que sale de sus alcantarillas, es un olor joven, esbelto,
por eso es tan difícil detenerse. En esa ciudad nunca se duerme, un mordisco en
la oreja nos alerta y esperamos en un escalofrío a que pase ese jadeo del que
esperamos participar en algún momento. Es preciso olvidarse de la manzana bíblica
y sólo como un acto de belleza histórica podemos llevar dátiles. Tampoco vayas
vestido de color rojo, ese color está prohibido por ser un motín de realidades.
Por las azoteas y los tejados baja un viento de aventador, así que no lleves
sombrero, ni cachucha, es de mal gusto.
Si tú tienes la dicha de llegar nunca sabrás para qué
llegaste. Si tu lengua es de nómada, te sentirás a tu gusto ya que no puedes
quedarte a vivir en ella. Tienes que circular, por eso nunca verás a nadie por
sus calles ni asomarse en las esquinas. La Ciudad de la Dama es sólo para ti,
en ese embrujo erótico de saberse único.