Rutilio Ramírez era rutilante, arrastrado y vibrante. De niño, barrigudo por causa de las lombrices que atrapaba en el jardín. De adolescente, un ser aturdido por narigudo. Un pingajo su persona. Un espanto que sólo El Bosco podría torpedearlo por un embudo y pintarlo con un cornetín en el Jardín del Amor. De lavativa en lavativa Rutilo comenzó a predicar, tuvo éxito, su retórica diabólica causaba curiosidad. Boquiabierto, su auditorio se aglomeraba en las plazas para escuchar sus diatribas de infiernos y cielos volantes. No eran pocas las monedas que recogía en su sombrero.
Murió de fiebres terciarias.
Hoy lo recuerdo, cuando al bajar la escalera, me encontré con un Capricornio pegado a la pared. Si ustedes tienen un conocido con nombre y apellido que comience con el sonido R, sabrán a que me refiero.